Me acuerdo de perder la respiración en los conciertos, de viajar al mar y a la amistad en un solo trayecto y de la saliva más abajo del ombligo en su portal.
Me acuerdo de reírme y llorar a tumbos, de la madrugada llegando siempre antes que yo a mi cama y de los libros en los que buceé para salir más limpia de ellos.
Me acuerdo de gente de la que ya no me acuerdo. Y de ti, que nunca pudiste convertirte en recuerdo porque nunca te marchaste.
Me acuerdo de la yo que tuvo dieciocho años, la que duerme agazapada al dorso de mi piel y a veces, se asoma para hacerme burla y obligarme a sentir cosas que caducan antes de empezar a ser.
Y también recuerdo una melodía. Sonaba cuando el destino, guiñándome el ojo, me sacaba a bailar y yo, como el tío me gusta, me dejaba meter mano. Sonaba cuando los días se agolpaban a mi alrededor para contarme las cosas que pasan y también cuando las noches se enfadaban conmigo por no obedecer nunca y olvidarme de dormirlas. Una melodía pegadiza, emocionante, perfecta para mí. Porque era mía.
Hoy el desacorde es patente y las notas no cuadran, pero yo nunca me marcho de un concierto antes de tiempo
Es cierto que me encuentro desafinada, pero pronto cambiaré de tema. En la pista me esperan para seguir bailando. Y eso, según dicen, siempre lo he sabido hacer bien.
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