domingo, 9 de febrero de 2020

Navidad


Tráeme primero a Melchor, que es el que va en elefante. Busca un señor que lleva un cerdo en una carretilla, el que sube la rampa. Ahora a los hombres con un caballo que bebe de un pozo... Y así, mi hermano y yo rebuscábamos entre todas esas figuras que ocupaban la mesa y habían pasado de las ilustraciones de Doré, alguna historia sagrada o simplemente, su cabeza, a las manos de mi abuelo, que las convertía en barro. Cada figura traía consigo una anécdota que mi padre relataba al colocarla, como ese burro en el que montaban tres niñas que, en realidad, eran mis tías, de pequeñas. Yo siempre quería coger a la Virgen. Creía que la nuestra era la única que jugaba con su niño. Y eso me encantaba.
Montar ese mundo que ocupaba todo nuestro salón era todo magia. Pero a pesar de eso, nunca me gustaron estas fiestas. Hoy, menos aún. Quizá por eso de que "son para niños" y con los que yo puedo jugar no son los míos. O porque celebrar algo en lo que no creo me hace sentir un poco figurita de barro... O sabrá dios por qué.


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