martes, 29 de diciembre de 2015

Five Card Flickr II






El lunes los niños lo tenían claro: "101 dálmatas, que no la hemos visto". El martes tuvo un rato para ella sola y volvió a disfrutar de La ardilla roja. La noche del miércoles, su marido eligió La red social. El jueves por la tarde, compartió con su madre ¡Qué verde era mi valle! y el viernes terminaron viendo en familia y por enésima vez, Cars.

El fin de semana, todos se fueron al pueblo y Clara decidió imaginar su propia película. Abrió un libro y no paró de leer hasta terminarlo.


Five Card Flickr I


Esto lo escribí para probar una actividad para clase, con Five Card Flickr, una web que te proporciona cinco fotos para que escribas algo inspirándote en ellas. Las fotos son, en este caso, de Serenae y con ellas, probé dos opciones:










 La iglesia de mi pueblo seguía apareciendo en mis sueños, cincuenta años después. Más que ningún otro rincón, esa torre significaba para mí toda mi infancia. Era los besos de mi abuela, las conversaciones con mi abuelo, las tardes en el río, los ladridos de mi perro... Todo aquello que un día tuve que abandonar se concentraba en una torre de iglesia. Y en ese olor. Un aroma especial que vivía en mi memoria y que nunca supe identificar.
Hoy no queda nada de lo que fue mi pueblo. He cruzado el océano para encontrarme con un desierto en el que ni siquiera los insectos pueden sentirse a gusto.
Me siento tan vacío como este paraje desolador. Me quedan pocas semanas en este mundo, ¿de qué se alimentará mi alma si mis recuerdos se han ido antes que yo?
Cojo el coche y me alejo de esa tumba en la que descansa mi infancia ya perdida. Tras varios kilómetros, me paro a descansar y al bajar del coche, vuelvo a tener diez años otra vez.
Ese olor, ese pan de mi niñez

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Las campanas de la torre resonaron con ese estruendo que solo ellas podían alcanzar . Todos acudieron a la llamada. Los rudos pobladores de las tierras áridas, los habitantes fríos del mar infinito, los animales que ocupaban los bosques impenetrables... Para conmemorar el día en el que la Tierra dejó de llamarse Tierra, porque ningún ser humano podía alimentarse ya. 

Cuestión de afinación


Me acuerdo de perder la respiración en los conciertos, de viajar al mar y a la amistad en un solo trayecto y de la saliva más abajo del ombligo en su portal.
Me acuerdo de reírme y llorar a tumbos, de la madrugada llegando siempre antes que yo a mi cama y de los libros en los que buceé para salir más limpia de ellos. 
Me acuerdo de gente de la que ya no me acuerdo. Y de ti, que nunca pudiste convertirte en recuerdo porque nunca te marchaste.
Me acuerdo de la yo que tuvo dieciocho años, la que duerme agazapada al dorso de mi piel y a veces, se asoma para hacerme burla y obligarme a sentir cosas que caducan antes de empezar a ser. 

Y también recuerdo una melodía. Sonaba cuando el destino, guiñándome el ojo, me sacaba a bailar y yo, como el tío me gusta, me dejaba meter mano. Sonaba cuando los días se agolpaban a mi alrededor para contarme las cosas que pasan y también cuando las noches se enfadaban conmigo por no obedecer nunca y olvidarme de dormirlas. Una melodía pegadiza, emocionante, perfecta para mí. Porque era mía.

Hoy el desacorde es patente y las notas no cuadran, pero yo nunca me marcho de un concierto antes de tiempo

Es cierto que me encuentro desafinada, pero pronto cambiaré de tema. En la pista me esperan para seguir bailando. Y eso, según dicen, siempre lo he sabido hacer bien. 

sábado, 12 de diciembre de 2015

No existes



Hoy he descubierto que quiero a un hombre que no existe. Y ando desconcertada imaginando cómo serán sus ojos, su boca y sus manos. A mí el cuerpo siempre me ha dado un poco igual. Lo que yo quiero es que me mire y dé sentido a mi existencia, que se lleve un bocado de mi alma en cada mordisco y que, cuando sus dedos entren en mí, grabe en su memoria mis gemidos y componga luego melodías para tocar(se) cuando me eche de menos.

Quiero que sepa que a veces me pierdo en un lugar de mi interior que ni yo misma tengo claro dónde está, pero sé volver, más o menos recompuesta. Que quiero una vida con desgarros de flamenco, orgasmos in crescendo y arrebatos de un invierno de Vivaldi y que junto a él es probable que lo lograse, aunque fuese solo a ratos.

Lo malo es que este hombre ni es, ni está, ni existe, así que a ver dónde lo busco para que me devuelva el corazón. Que buena falta me hace.

martes, 8 de diciembre de 2015

Llover no siempre merece la pena

Hace más de dos años que escribí este cuentecillo, para utilizarlo como ejemplo de una herramienta en  el blog En la Nube TIC, pero nunca lo publiqué. Fueron las fotos del "jefe" de la Nube, Juan Carlos Guerra, las que me inspiraron así que podría dedicárselo a él, pero como tengo otros grandes amigos en Bilbao, también va por ellos. Para que no os enfadéis con las nubes cuando llueva. Recordad que, a su manera, están innovando.

Foto de Juan Carlos Guerra (@Juancarikt)
A las nubes les encanta el cielo de Bilbao. Pueden pasar días enteros sobrevolando la ría, jugando a las sombras en las paredes del Guggen o dibujando formas entre las torres de Isozaki, sin saber que los humanos imaginamos realidades en ellas mientras cruzamos el puente. 

Pero si hay una cosa que les gusta de verdad, es observar la ciudad desde arriba. Todas quieren ocupar los mejores rincones, pero como nunca se ponen de acuerdo, las peleas son algo habitual. Cuando las nubes se enfadan, la rabia las tiñe de gris y las que pierden la pelea terminan poniéndose negras. Por eso el cielo en Bilbao pocos días se muestra azul. 

Foto de Juan Carlos Guerra (@Juancarikt)

Los truenos de sus discusiones se dejan oír por toda la ciudad y cuando todo acaba, la rabia acumulada las vence y las nubes necesitan llover para desahogarse. Pero hay una nube que nunca llueve. Porque se niega a llover por rabia. Siempre ha creído que tiene que haber mejores razones para llover y un día, cansada de estar rodeada de peleas, decidió abandonar a sus compañeras.

Cogió el viento hasta Sevilla porque había oído que las nubes de allí llovían poco. Nada más llegar encontró un grupo de nubes tan oscuras que le dio miedo hablarles. Pero como no tronaban, se acercó a preguntarles: Parece que estáis a punto de llover, les dijo, ¿os estáis peleando? Nooo, qué va. Hoy toca ronda de chistes y claro que lloveremos, pero de la risa. ¿Te apuntas? Y nuestra nube se quedó y por primera vez en su vida, se dejó llevar y llovió... pero de risa.

Foto de Miguel Rosa (@miguel_rosa)

Pasados unos días, decidió continuar su viaje y tomó otro viento hacia Los Alpes. Estaba segura de que en las montañas encontraría muchas nubes con las que conversar. Nada más verlas sintió que aquellas nubes  no estaban dispuestas a llover. ¿Nosotras? Solo llovemos cuando nos tenemos que ir de aquí. Por la pena que nos da abandonar tanta belleza. Y nuestra nube, después de pasar unos días sumergida en aquella paz de las montañas, bajó de allí para proseguir su viaje y por segunda vez en su vida, llovió... pero de tristeza. 



Se subió al primer viento que pilló libre de pájaros, dispuesta a volar lo más lejos posible y atravesó lugares de los que nunca había oído hablar. Rincones del mundo donde las personas mueren de hambre, no tienen agua que beber o sufren guerras que esta nube no sabía siquiera que podían existir… Y puso todo su empeño en llover, para regalar algo de agua a esas gentes y esas tierras que morían ante sus ojos, pero no pudo hacerlo. La desolación esta vez le impidió llorar. 

Foto de Azuaravaconmigo en Flickr

Aún consternada, siguió deslizándose a través del océano hasta que escuchó un rugido que no identificó. Y descubrió unas enormes cataratas. Tardó un tiempo en acercarse a las nubes que disfrutaban del espectáculo. ¿Alucinante eh? Le dijo una. ¿No habías venido nunca a Iguazú? No lo conocía, no… Es increíble. Aquí no hace falta que llováis por lo que veo. No mucho, la verdad, pero a veces no podemos evitarlo. Es tanta la emoción, que no sabemos aguantarnos. No hizo falta que se lo explicaran. Conmocionada por la fuerza de las cataratas, nuestra nube, por tercera vez en su vida lloró... pero de emoción. 

Foto de SF Brit en Flickr

Y decidió volver a Bilbao. Para contar a sus compañeras todo lo que había visto y sobre todo, lo que había sentido al llover. Las nubes de Bilbao, aunque la consideraban rara, le tenían cariño y como la habían echado de menos, la escucharon con atención. Y aunque al principio les costó entenderlo, decidieron probar lo que nuestra nube les propuso. Establecieron turnos para poder disfrutar todas de las mejores vistas y empezaron a fijarse más en la vida, para probar nuevas sensaciones. 

Descubrieron entonces que los paseos sobre la ría podían ser aún mejores, sintiendo por primera vez las cosquillas que hacen los rayos del sol y aprendieron a llover de la risa. Comenzaron a fijarse en las personas que cruzaban el puente y llovieron de emoción al descubrir que les regalaban momentos de felicidad solo con dejar en el cielo sus dibujos. ¿Veis?, os lo dije, les gritaba nuestra nube, a los humanos les encanta imaginar y es fantástico darles motivos. Y llovieron también de tristeza al comprender todo lo que se habían estado perdiendo y lo estúpidas que habían sido al empeñarse en llover solo por rabia. 

Por eso en Bilbao sigue lloviendo tanto, porque las nubes se pasan el día experimentando nuevas formas de llover. 

Y algunas, como nuestra nube, han encontrado un juego que les encanta. Se fijan mucho en las personas y eligen a las que creen que les puede gustar mucho la lluvia. Y les siguen hasta sus casas, simplemente para regalarles el placer de ver llover tras un cristal.

Foto de Juan Carlos Guerra (@Juancarikt)

lunes, 7 de diciembre de 2015

Leerte


No sé cómo borrarme tu nombre. Tampoco si me está llevando a las nubes o directa contra una pared. Así que, simplemente, te leo. Una y otra vez

martes, 17 de noviembre de 2015

Melodías susurradas



Les he escuchado hablar, colocando los acentos donde ellos quieren: "Si algún día ya no quieres tocarme, ¿melodí(r)ás bajito?"