miércoles, 30 de marzo de 2016

¿Quién anda ahí arriba?





En el cole le habían contado que Dios no aceptaba a los niños recién nacidos en el cielo. Por mucho pecado original que hubiese, a ella no le cuadraba que ningún dios en su sano juicio quisiese alejarse de los bebés. Por eso decidió no creer en él. Pero algunas tardes le parecía que alguien hacía señales desde arriba. Nunca le preguntaba a los mayores. No fuesen a decirle que solamente era el sol asomando entre las nubes.

Que el agua os sea leve



No es que se te queden algunos restos de ilusiones desintegradas pegados a las tripas. Tampoco que los nombres que barajaste como posibles permanezcan vacíos flotando en tu cabeza. Ni siquiera que, en alguna extraña ocasión, te sorprendas hablando con ellos en ese lenguaje extraño que los humanos articulamos en nuestras entrañas. No es nada de eso. 
Lo peor es que se te han muerto dentro. Y el cuerpo no es buen sitio para alojar tumbas de manera indefinida. 
Por eso, esta mañana he hablado con el Baztán para que me los cuide aquí y yo pueda llevarles dentro sin el peso que suponen los adioses no formulados. Me ha parecido un lugar perfecto. Les gustará, como a su madre, sentirse abrazados por el agua y relajarse, como su padre, mientras miran las cascadas. 
Yo te los cuido, me ha susurrado el río, tengo una cascada para cada uno, para que no discutan. Vete tranquila.
Al volver al coche, ese cielo del norte que siempre me cuida tanto ha llorado conmigo, con esa lluvia suave que te va lavando por dentro mientras cae. 
Y después me he marchado. Ahora sí, muy tranquila. Con los adioses resueltos y las entrañas sin peso.

Esa mirada



Hace más de treinta años, una niña aguantaba el frío de la calle y el terror a los ojos sin cara. Esperaba con ansia el momento en que su abuela le anunciaba "ahí viene; la virgen que te gusta, la del manto negro, la que llora". Hoy he vuelto a ver a esa niña, mirándome de frente, intentando averiguar quién soy y qué me ha pasado en estos últimos años. Han sido solo unos segundos pero hay miradas que duran toda la vida. Aunque no sepamos leer en ellas. O precisamente por eso.