martes, 11 de octubre de 2016

Tú me sobrevuelas


A veces tu asiento será tan cómodo que te parecerá que las nubes masajean tu cabeza. Otras, se te meterá algo en los ojos y llorarás hasta agotar el llanto, más por saber que tu mirada ya nunca será la misma que por el escozor que, ese sí, será temporal. Aunque no llueva, terminarás siempre calada por dentro y no sabrás qué hacer para secarte porque en realidad, sabes que te gusta mucho mojarte. Ten por seguro que encontrarás turbulencias durante el trayecto y que te expones a que alguien secuestre tu avión y todo se te ponga del revés. Reserva un espacio en tus adentros para alojar el vértigo, que se convertirá en tu perpetuo equipaje de mano. Saca tu billete, permite que alguien te sobrevuele, estréllate, despega, lánzate al vacío, cae en picado... Hay que volar. Siempre. No hacerlo sería un suicidio. 

miércoles, 18 de mayo de 2016

En 120 palabras (escritos para un foro de microrrelatos)

Fin del trayecto
El calor era sofocante en la sala de espera. Como en cada una de las visitas anteriores, se sintió mareada y las náuseas le dieron los buenos días por enésima vez. No estaba nerviosa. Sabía que por fin la suerte había elegido ser su copiloto y terminarían el trayecto juntas. Cuando la enfermera dijo su nombre, entró en la consulta como quien acude a casa de los reyes magos, dispuesta a recibir el regalo más deseado.
No oigo nada, no hay latido, le dijo el médico, sin percatarse de que le estaba abriendo un agujero en las entrañas. Otro más.
Comenzó a explicarle en qué consistía un legrado; pero ahora era ella la que no escuchaba nada.


Acampada
No era el mar, ni dormir hasta agotar el sueño, ni siquiera poder olvidar la dictadura de los horarios. Lo mejor de las vacaciones era vivir en el camping.
A tan solo dos parcelas de la suya, conoció con ocho años a la futura madrina de su hija. La noche que cumplió los quince, un beso de Alberto inauguró su vida en común. Su existencia, tan luminosa y gris como pueden parecernos todas, encontró allí un refugio perfecto en los veranos.
Tras años sin viajar, hoy ha dormido con sus hijos en una tienda de campaña y recuerda aquel camping. Quizá para olvidar este en el que nunca imaginó estar, porque pensaba que la guerra sucedía siempre en otra parte.

Putos tiradores
¿Dónde coño estarán? Entre tanta historia no sé cómo encuentra la gente algo. Jardinería, fontanería… Otro como mi padre, paseando encantado entre tornillos. ¿Qué atractivo tienen? Por fin, putos tiradores. Por favor, que estén los que ella quiere. ¡Bien! Todas las vacaciones pringados con el puñetero mueble. Ya que nos hemos puesto, total… Seis puertas. 36 euros. Se acabó el mueble. Por fin.
Al llegar a casa guarda los tiradores en un cajón. Junto al reloj de Elena, que sigue marcando las cinco y diez bajo el cristal destrozado. Mira los libros y las fotos que viven en el suelo desde que le avisaron del accidente y se promete dejar el mueble así. Vacío. Igual que él.

domingo, 24 de abril de 2016

Detenido


El compás monótono que el calzado marca en las aceras, los agudos del tráfico en hora punta, el solo con el que el viento deslumbra al público, la melodía de la lluvia tras el cristal...

Todo suena diferente: a lágrimas atravesadas en la garganta, a música congelada.


domingo, 10 de abril de 2016

Cuando la luz engaña


Cada día, durante unos segundos, la luz se abraza fuerte a nuestro mundo, araña los edificios como quien quisiera salir de un pozo. De repente es consciente de que se le acaba su tiempo. Sabe que está quemando su último cartucho. 

Se cuela por una ventana, en un intento desesperado de quedarse ahí, acurrucada junto a esa mujer que lee un poema en el sofá. "Y miraré las nubes sin pensar que te quiero", dicen los versos. La mujer desea mirar al cielo de esa manera. Y ambas, la luz y la mujer (quién sabe si será Luz) se engañan. Una pensando que se quedará, la otra creyendo que podrá olvidar. Sin darse cuenta de que la noche está aquí y para todo eso ya es tarde.


miércoles, 30 de marzo de 2016

¿Quién anda ahí arriba?





En el cole le habían contado que Dios no aceptaba a los niños recién nacidos en el cielo. Por mucho pecado original que hubiese, a ella no le cuadraba que ningún dios en su sano juicio quisiese alejarse de los bebés. Por eso decidió no creer en él. Pero algunas tardes le parecía que alguien hacía señales desde arriba. Nunca le preguntaba a los mayores. No fuesen a decirle que solamente era el sol asomando entre las nubes.

Que el agua os sea leve



No es que se te queden algunos restos de ilusiones desintegradas pegados a las tripas. Tampoco que los nombres que barajaste como posibles permanezcan vacíos flotando en tu cabeza. Ni siquiera que, en alguna extraña ocasión, te sorprendas hablando con ellos en ese lenguaje extraño que los humanos articulamos en nuestras entrañas. No es nada de eso. 
Lo peor es que se te han muerto dentro. Y el cuerpo no es buen sitio para alojar tumbas de manera indefinida. 
Por eso, esta mañana he hablado con el Baztán para que me los cuide aquí y yo pueda llevarles dentro sin el peso que suponen los adioses no formulados. Me ha parecido un lugar perfecto. Les gustará, como a su madre, sentirse abrazados por el agua y relajarse, como su padre, mientras miran las cascadas. 
Yo te los cuido, me ha susurrado el río, tengo una cascada para cada uno, para que no discutan. Vete tranquila.
Al volver al coche, ese cielo del norte que siempre me cuida tanto ha llorado conmigo, con esa lluvia suave que te va lavando por dentro mientras cae. 
Y después me he marchado. Ahora sí, muy tranquila. Con los adioses resueltos y las entrañas sin peso.

Esa mirada



Hace más de treinta años, una niña aguantaba el frío de la calle y el terror a los ojos sin cara. Esperaba con ansia el momento en que su abuela le anunciaba "ahí viene; la virgen que te gusta, la del manto negro, la que llora". Hoy he vuelto a ver a esa niña, mirándome de frente, intentando averiguar quién soy y qué me ha pasado en estos últimos años. Han sido solo unos segundos pero hay miradas que duran toda la vida. Aunque no sepamos leer en ellas. O precisamente por eso.

domingo, 31 de enero de 2016

Desde que te conozco



No me había dado cuenta
pero desde hace unos meses,
los domingos por la mañana
en mi barrio huele a mar. 

El frío de esta ciudad 
ha aprendido a acariciar
y una niña que cumple años
corretea en mi sofá.

Mis miedos se han ido al paro,
me da igual que el espejo insulte
y por fin he hecho las paces 
con esa que se llama yo.

Los días se visten de verde,
la luna vela mi sueño
y el tiempo me acaricia el pelo
cuando se introduce en mí.

Desde que te conozco,
todo me huele a menta.
Mírame y dame la vuelta.
No importa si luego te vas.